miércoles, 3 de enero de 2007

Un capítulo de la Vuelta al Mundo en 80 circos

Todavía no me fui.
Pensé que he hecho declaración de principios, hablé de mi última novela, pero no he puesto nada de mi escritura. Y ya que no estaré unas cuantas semanas, creo que sería bueno dejar algo para que me vayan conociendo. Ya les conté que esta novela tiene muchos personajes, voces, lugares, por lo que el maestro Bratosevich, mi maestro y a quien admiro profundamente, escribió que es una novela polifónica. Este capítulo que dejo ahora es la voz de uno de los personajes, Selma, que es brasilera, de Bahía, compañera de Clodoaldo, el maestro de ceremonias, con el que se había ido a un circo de Alemania, en la RDA.

SELMA
(En la RDA, República Democrática Alemana)


Es un cable rojo, gordo, que se alarga en la nieve. Sale desde la boca del señor Mariano. Otro cable, más fino, se asoma por la nariz. Se juntan bajo su cara. Está tendido cabeza abajo. Parece un muñeco de trapo. No. Parece una marioneta con los cables cortados. Se ensanchan. Y se alargan. Sólo los cables son rojos y todo es blanco. La cara del señor Mariano. La calle. Los árboles al otro lado de la calle. Mi ventana. Todas las ventanas. El mundo es blanco. Y los cables rojos se llevan por ese mundo blanco la sangre del señor Mariano. Tirado allá abajo. Seis pisos abajo. Bastaron. Pobre viejo. Muy solo. Eso me dijo ayer cuando nos cruzamos en el pasillo. Muy sola le contesté rápido. Me pesaban las bolsas de las compras. Hay que comer todos los días, me dijo sonriendo. Por suerte, le dije. Tenemos para comer todos los días. No como en la favela. Ni agua teníamos a veces. Con el calor de allá. Bahía, tierra linda. Tan lejos. No sé por qué apareces en medio de este desierto congelado. Bahía de los mil colores. Te tenía olvidada. Sustituida. No quiero recordarte. Tierra oliendo a acarajés, agulhas fritas, cachaça. En la boca sin dientes de mi padre, en los ojos que se le ponen como dos brasas. Todo huele a cachaça y a sudor. Se exhala calor y miedo. Tengo miedo del cable grueso que sostienen las manos ásperas de mi padre, que lo maneja como un artista, así dice. Me duele mi Salvador del Pelourinho negro y del mar azul y caliente, me duele en las piernas y en los brazos. Moretones rojos y después violetas y verdes y amarillos. Bahía tierra de colores. Mi padre artista con un cable en la mano me lleva al orfanato de las monjas. La mano áspera de mi padre. La aprieto con fuerza. Vas a aprender alguna cosa útil. Serás mejor que la puta de tu madre. Nada de lloriqueos. En Salvador, Bahía, quedó el dolor. Sin madre. Mejor, dijo. Una puta. Así dijo mi padre una vez que estuvo sobrio. No te quiso. Ya está. Se fue. Quién sabe dónde ni con quién. Me tienes a mí y ahora a las monjas. Vas a aprender. No como tu madre. Seguro. Aprendo. De rodillas. Limpio el piso. De rodillas la penitencia. Vas a aprender dice la Madre Superiora. Ligerito amansamos a las rebeldes. Odio este lugar. Me refugio en la capilla y hago que rezo. Dicen que Dios que es grande y justo me mira. No es cierto. Sólo Madre Gracia me mira. Que no es mi madre. Si no fuera por ella sería el infierno. Mi padre nunca más vino. Estás huérfana, dijo la Superiora, y creciste. Me mandaron a la casa de una gente rica. Tengo once años y miedo y hambre. Es hora de que te ganes el pan que comes dijo la Superiora. Pan trae la Madre Gracia cuando estoy de castigo. A escondidas. Salgo de noche de la casa de los ricos. A escondidas aprendo. No me dan respiro. Gano el pan. Hay un candomblé cerca. Escucho los atabaques, los tambores. Me llaman. Selma Selmaaaaa, dicen y repiten. Xangó, Exú, danzan, se corporizan, hablan con bocas que huelen a charutos y a cachaça. Como la de mi padre. Nunca más vino. Dios en las alturas me mira. Eso dicen las monjas. Tampoco vino. Los Orixás de Bahía me miran. Desde el cielo o desde los infiernos. No me importa. Ellos me miran con las bocas con cachaça y giro en medio de los vestidos blancos las pulseras los collares los gritos todo gira las luces los pies descalzos los pais de santo las maes lejos de la capilla silenciosa donde el dios de la madre superiora no me mira. Hasta que vino Curiel. Yo me hago grande en la casa de los ricos, una vez más me escabullo, los tambores llaman desde la otra esquina y Curiel se cruza en mi camino, no me gusta, su boca también huele pero dice que soy linda y me desperdicio y que la vida me llama y que en Río de Janeiro todo es diferente. Nos vamos y en Río hay más gente y el mismo calor y las mismas favelas, todo lo mismo pero mucho más grande y Curiel dice que trabaje pero nada de casas de ricos porque mucho trabajo y poca paga y a la rua, niña, a la rua, creces linda y no vale la pena que te desperdicies. Amansamos a las niñas rebeldes dice la madre superiora. Vas a ver cómo te amanso, dice Curiel con los ojos como dos brasas. Moretones de todos colores. También en Río. También con Curiel que ahora se parece a mi padre. Como un cable rojo se escurre la sangre. Nariz quebrada dijo el médico del hospital inmundo y lo miró a Curiel. Y él como si nada, como si viera llover, y sólo dijo, con el ceño fruncido, eres porfiada niña. Y un día desaparece y vuelvo a ser huérfana. Con la nariz un poco desviada y sola en la inmensidad de la favela de Río de Janeiro. Hasta que llegó Clodoaldo. Y dijo que no podía ser, no más. Miren, en cualquier dirección, las dimensiones escalofriantes de la pobreza, dijo, y yo que casi no le entendía las palabras pero lo escuchaba sin moverme, sin respirar. Todos hacinados como cerdos, esto no es más posible, siguió diciendo en la noche esa voz aún desconocida de Clodoaldo bajo un montón de estrellas y en la inmensidad de la favela en la que yo estaba sola. Y allá abajo seguía el mismo mar azul y los recovecos de los morros y las luces. Como de mentira. Las luces y la voz fuerte de Clodoaldo diciendo cosas que nadie decía. Como de mentira. Porque no hay que permitirlo, no más, y esas palabras dichas así, tan claritas, eran como música. Repicaban en mi cabeza. Como los atabaques del candomblé allá en mi Bahía. El señor Mariano no va a escuchar mi música. El señor Mariano está solo. Hace mucho, me dijo. Perdí a mi hijo y a mi nuera quién sabe adónde, me dijo, y nunca más supe de ellos. Supongo que están muertos. Pero nunca nos dijeron. La Tola, que es mi señora, que era mi señora, se me murió de pena. Pero hay que cambiar las cosas señor Mariano, eso aprendí con el Clodoaldo, le dije. No hay que bajar los brazos. Cierto, mija, cierto. Eso me dijo cuando nos cruzamos en el pasillo. El señor Mariano no huele a cachaça. En esta ciudad blanca nada huele. El señor Mariano se está helando por dentro. Yo también empiezo a helarme por dentro. Los ojos de Clodoaldo ya no destilan fuego cuando me miran. Sólo hay frío y hielo en todas partes. Y sus ojos no me miran Son dos espejos de agua congelada. En ellos se refleja el mundo blanco. Tan clarito. Cada vez más blanco. Sólo una inmensidad blanca sin favelas detrás de las ventanas. Una inmensidad en la que también estoy sola. Un blanco liso sin giros sin recovecos sin la música que giran sin los pies que danzan. Al señor Mariano se lo llevaron. Nunca más mirará mi culo haciéndose el distraído. Pobre señor Mariano tan solo con la pena por su hijo y su nuera y la Tola que era su señora. La nieve lo borra todo. Ya no queda ni rastro de los cables rojos que brotaban de la cara del señor Mariano. Se lo llevaron. No queda ningún rastro. La nieve nos va a borrar a todos. Va licuando las cosas y las personas, así, despacito, como la nieve blanda. El mundo es de algodón. El mundo se deshace en gotas. La boca de Clodoaldo está cada día más hermética. No dijo nada del señor Mariano. No dijo nada.
Ya no siento la música ni las palabras ni los atabaques
quiero escucharlos y no puedo
están lejos
Xangó y Exú también me dejaron sola
miro a través de las ventanas y sólo veo las gotasojos de clodoaldo
su rostro se deshace en gotas
todo son gotas que caen lentas y me inundan la ventana y después se congelan
hace frío y blanco y Clodoaldo no me mira con sus gotasojos
sólo las deja caer lentas y es una tortura disimulada
las gotas caen sobre mí desconociéndome
caen y van horadando lo que encuentran a su paso
las ventanas blancas gotean los ojos de clodoaldo las calles los árboles al otro lado de la calle todo gotea
el mundo es un lago inmenso que se congela
odio estas ventanas y todo blanco y miro y sigue blanco por días por meses odio este mundo frío y parado que me quitó la música
odio los ojosgotasblancasheladas de clodoaldo que no me miran
Mi Salvador Tan lejos Mi Salvador en la Bahía de Todos los Santos Lejos No hay santos No hay orixás Se congelaron Me congelaron Lejos Clodoaldo es una esfinge de hielo Odio las esfinges Soy huérfana de nuevo Odio mi Salvador Lejos
lalucha siempre nobajenlosbrazos dice Clodoaldo
elseñorMariano NoLucha
elseñorMarianocaídoen la nieve
no está más el señorMariano
selollevaron lejos lejos lejos
y no lucho y bajo los brazos y meodio y estoysola
MeOdio lejoslejos
YBAHÍAY CLODOALDOYTODOSLOS SANTOSESTÁN LEJOSLEJOSLEJOS
Yoestoy solasolasolasolasolasolasolaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Capítulo 11
De La vuelta al mundo en 80 circos (novela)
Autora: Mireya Keller

Vacaciones

Justo ahora que me estoy haciendo amiga de mi blog me voy. Pero será por poco, al menos eso espero, volver sana y salva. Porque voy a tener unas vacaciones bastantes aventureras, y eso que no soy para nada aventurera: las paradojas de la vida. Les cuento a la vuelta.
Ah, antes de irme: sobre mi "Declaración de principios".
Las volví a leer y pienso que es bastante duro y solitario remar contra la corriente. También puede ser peligroso. No creo que uno podría perder la vida en el intento, pero sí la cordura. O que lo tilden de bobo, ingenuo, naif, y otros cuantos epítetos más. Pero quién dijo que a los que somos capaces de pasarnos 7 o 10 años escribiendo y corrigiendo y volviendo a corregir un mismo texto, por nada, o porque tenemos el bichito malsano de la perfección alojado en algún lugar del cuerpo, o porque tenemos compulsiones raras, en fin, a los que escribimos sin otro destino que cumplir nuestro extraño mandato interno, puede importarnos perder la cordura. O que nos tilden de bobos, ingenuos, naif. ¡Claro que no nos importa! Ahí vamos, simplemente. Y tal vez en el camino nos encontremos con otros ingenuos desconocidos y anónimos. O no. Pero ahí vamos.
¡Hasta la vuelta! Y si logro también hacerme amiga de mi nueva máquina de fotos, prometo imágenes en el blog.

martes, 2 de enero de 2007

A cerca de los libros

Cuando nos aproximamos a un libro generalmente no sabemos lo que esconde entre líneas. Es decir, la cocina, lo que queda entre las sombras para siempre. Para romper con este hábito y aprovechando este espacio abierto, quiero contarles, por ejemplo, que La vuelta al mundo en 80 circos tuvo como 20 títulos diferentes hasta llegar al actual y que nació en una noche insomne en Roma, en un hotel en el que no había otra cosa para anotar que una revista de propaganda de viajes, y que escribí todos los personajes que tiene la novela, y que son muchos, encima de las letras impresas. Eso fue en una noche de septiembre de 1993 y sólo después de innumerables correcciones, reescrituras, relecturas, etc., por fin fue parido como libro en Buenos Aires, en el 2006. Durante esos años, todo fue cambiando, menos los personajes, que se mantuvieron firmes, contra viento y marea. Todo fue cambiando por esa obsesión loca que tenemos los que amamos la palabra, de encontrar la frase justa, la imagen que retrate mejor, el color que tenemos guardado en la retina, el olor, el sentimiento que estremece. Porque cuando te dicen qué bien, qué fácil se lee, esa persona ni sospecha el sudor derramado ante la pantalla (escribo directo en la computadora, por fin, después de muchas hojas arrugadas y de no darle tregua a la máquina.)
Y después de todo ese trabajo, ¿qué queda? Un libro que pocos conocen y la satisfacción de una pequeña tarea cumplida. ¿Cumplida? Al menos para ese difícil personaje que es uno mismo, que molesta cuando menos se lo espera. Porque no es fácil saber por qué darse tanto trabajo: duro, silencioso, anónimo. Miro en este momento la contratapa que escribí yo misma en mi primer libro, que vio la luz en Santiago de Chile, en 1987, y hoy tendría que decir exactamente lo mismo:
En éste mi primer libro, sé que empiezo un camino difícil. Siento que las revisiones deberían ser infinitas, porque tal vez sean infinitos los lazos entre la ficción y la realidad, entre el todo y los fragmentos. Pero como en los espacios pequeños o grandes que se crean, siempre rondan los fantasmas, necesitaba deshacerme aunque fuera de algunos de ellos y ustedes se transforman en mis impresicindibles cómplices anónimos. Y si en este empeño alguien camina mis mismas huellas, entonces además valió la pena y lo agradezco.