jueves, 18 de octubre de 2007


Henrik Ibsen
(1828-1906)
Frente al Teatro Nacional de Noruega
Oslo
Septiembre, 2007

Teatro Nacional de Noruega
Oslo
Septiembre, 07
OCTUBRE, 2007

Pasaron tantos meses, apresurados, como todo hoy en día, y recién hoy puedo volver a comunicarme con ustedes. Recién he vuelto de viaje y escribo en el primer día de octubre, mientras la lluvia cubre Buenos Aires con una pátina gris y los edificios parecen esfumarse entre las contundentes gotas de agua. Tal vez por eso no puedo despojarme de una especie de irrealidad, o más bien, realidad amenazante, cuando por fin concluyo la lectura de uno de los libros del momento, gran ganador de premios, de panegíricos, de posicionamiento en las listas de los más vendidos. Cuando di vuelta la última página quedé solo con un gran vacío y los interrogantes del último tiempo: dónde quedaron las palabras, las imágenes, el placer de una literatura que marcaba a fuego, con pasión; dónde esos libros que se vuelven imperdibles, que consiguen no tener tiempo, que los guardamos con avidez, como tesoros. Siento que he sido burlada una vez más, como el “hombre mercancía” del último libro de Zygmunt Bauman. Soy ese “comprador comprado” por el marketing deslumbrante al que somos sometidos y nos sometemos, náufrago quizás de la “modernidad líquida” en la que vivimos, que es como el agua de esta lluvia incesante, lava todo, se escurre y desaparece, sin huellas. Entonces decido volverme a la naturaleza, recordar el viaje recién hecho. Entre otros lugares estuve en Oslo. Los países escandinavos, todos, exhalan olor a limpio, a orden, a menos injusticia, a pesar del enorme palacio, sede de la actual monarquía, que se levanta al final de la calle peatonal por la que camino. Paso por el frente del Gran Hotel, donde se hospedan cada año los futuros premios Nobel de la Paz, y en frente, unos jardines llenos de flores, cuidadísimos, como todo el resto. Y del otro lado de los jardines, el Teatro Nacional. Un hermoso edificio en cuya entrada se alza imponente la estatua de Ibsen. Me emocina verlo. Diríamos que es como el gran padre, o protector, o iniciador, del teatro moderno. Me cuentan que Noruega tiene tres premios Nobel de Literatura, cuyos nombres jamás escuché. Se perdieron tal vez por algún fiordo inexplorado. A Ibsen nunca se lo dieron. Pero al final, qué importan los premios. Tampoco se lo dieron a Borges. Y lo han recibido muchos de los que ni se tiene memoria. Miro el libro ganador y bestseller que cerré con decepción y rabia, y pienso que los hombres se equivocan, pero no la historia. No hay ningún clásico que en algún momento haya desertado de su lugar. Se mantienen por los siglos de los siglos. Como Cervantes, Shakespeare, Ibsen. Entonces entra por la ventana que continúa gris un soplo de aire fresco, tal vez el aliento que nos impulsa a seguir navegando contra la corriente.
M.K.