martes, 11 de agosto de 2009

Ah, los libros y sus lectores


Qué extraña relación tenemos con los libros. Los amamos o los odiamos. Por ejemplo, es muy difícil mi relación con los autores contemporáneos. Después de muchos intentos fallidos con la lectura de libros “nuevos” y algunos muy premiados, que no me han deparado satisfacciones, es imposible no recordar - una vez más - al sabio Borges, cuando decía que él siempre volvía a los clásicos. Destacando las abismales diferencias que separan a una simple mortal como quien escribe, cuya opinión no tiene la menor importancia, con las afirmaciones tan elevadas y pertinentes de Borges, cada vez que leo a los contemporáneos siento el enorme placer y gratitud de que existan los clásicos. Para muestra, un pequeño ejemplo, en el propio país de Cervantes. Cómo se puede leer el Hombre sentimental, de Javier Marías, después de la vigencia prácticamente eterna del Quijote. Es cierto que es uno de sus primeros libros publicados, pero Marías, que es todo un nombre en la España de hoy, no puede escribir un libro tan aburrido y sin la menor gracia: ninguna frase para recordar, ni paisaje, ni personaje. Y una trama que ni siquiera alcanza la verosimilitud que tiene que tener la ficción. Sé que es un autor “famoso”, profesor de literatura, hijo de un padre importante, etcétera, y hay gente, e incluso amigos y colegas, que lo aprecian mucho, pero en todo caso, yo, y vuelvo a insistir, “yo” es una subjetividad que no tiene la menor trascendencia pero que como cualquier otro “yo” tiene al menos el derecho a expresarse con libertad, bueno, mi “yo” no encontró ningún estímulo especial para seguir leyendo este Hombre sentimental, cosa que igual hice, lo terminé, tal vez por inercia, tal vez porque difícilmente no termino un libro, aunque no me guste. Lo mismo me sucedió con otro escritor español también muy afamado, Javier Cercas y su éxito: Los soldados de Salamina. Increíble, el mismo Cercas, travestido de su personaje principal, en varias ocasiones a lo largo de la ¿novela? se queja de su poca o nula imaginación, cosa con la cual no nos queda otro remedio que concordar, absolutamente. Esta seudonovela, podría ser, a lo sumo, un buen trabajo periodístico. Aunque aun en ese sentido, lo mejor del libro es la entrevista a Bolaños, el desaparecido escritor chileno, que se destacó por sus respuestas raras o inteligentes, y le da un poco más de sabor a una historia muy poco interesante. Por suerte para el señor Cercas, también para el señor Marías, las opiniones de mi “yo” no coinciden con el de la mayoría, puesto que sus libros son un éxito. Además, seguro que a Cercas lo tienen sin cuidado mis opiniones, que ni las conoce, por supuesto, así como las clasificaciones, como lo deja claro en una entrevista sobre su libro más reciente - el que no he leído - Anatomía de un instante. Ante una consulta del periodista que lo está entrevistando: “¿Anatomía de un instante es un “ensayo novelado” o una “novela verídica”?”, Cercas le responde que éste “es un libro raro, que no sé a qué género pertenece, ni me importa”. En verdad, a mí tampoco me interesa a qué genero pueda pertenecer un libro, los límites son tan difusos y además qué importa, si el libro está bien escrito, en el sentido de la belleza del lenguaje, no de la gramática, por supuesto, o si es interesante, o si los personajes presentan facetas, honduras, dudas, interpretaciones, en fin, algo que haga destacar ese libro de un mero comentario periodístico. Qué otra cosa es - ya que antes hablábamos de Cervantes - el Quijote, sino una mezcla de géneros: cuentos dentro de la novela, poesía dentro de la novela, parodia, grotesco, novela de caballería, novela de amor, pero claro, escrito de tal manera que aun hoy, después de cinco siglos, sigue teniendo encanto y vigencia.
Por suerte, al mismo tiempo que leía desganadamente a estos autores tan afamados, estaba leyendo Conversación en la Catedral, de Vargas Llosa, que después de tantos años perdido en el desorden de mi biblioteca, lo volví a encontrar. Fue una verdadera revelación, como si estuviera leyendo a otro autor, por supuesto que no al Vargas Llosa de sus últimos libros, olvidable por completo, sino a un autor enorme, que construyó ese libro como una verdadera “catedral”, y que como el vino, con los años se volvió mejor y más actual. A través de esos dos “conversadores” incansables que son Ambrosio y Zavalita, ahondando en cada uno de ellos y abriendo el abanico a otros personajes con los que se relacionan, Vargas Llosa va conformando un mosaico hermoso y terrible de la política y la sociedad de esa época, que no solo refleja al Perú donde transcurre la novela, sino a toda América Latina. Después de mis últimas incursiones modernas, me parecía increíble que un autor (que no sea Cervantes, por supuesto) lograra mantener a través de casi setecientas páginas (más del triple que el Hombre sentimental, por ejemplo, o más del doble que Soldados de Salamina) un permanente interés, una codicia por no perderse ninguna página, ningún acontecimiento, y que al mismo tiempo siguiera manteniendo un lenguaje impecable y una construcción formal de ese lenguaje tan difícil de mantener durante todo el trayecto del libro. Supongo que Conversación en la Catedral ya entró en la categoría de los clásicos.
¿Cómo es la relación de ustedes con los libros?

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