viernes, 25 de junio de 2010

¡Así vale la pena!

¡Así vale la pena!

Visita al Comercial N°7 D.E.10
24 de junio, 2010

Para todos los detractores de la educación actual, de los jóvenes de hoy y de los “pobres” profesores, mal pagados, agredidos, etcétera, etcétera, van estas palabras de profunda admiración por un grupo de profesores y alumnos que ha despecho y contramano de lo que se opina, o a pesar de que sea cierto lo que se opina, poseen la mística y la decisión de la excelencia. "El lector como intérprete y productor de conocimiento" es el proyecto de estimulación a la lectura que se desarrolla en el marco de los módulos institucionales del Plan de Fortalecimiento Educativo del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. La asistente técnica es Mercedes Baliero y los profesores participantes son: Martha Esviza, de Lengua y Literatura, Guillermo Birari, de Historia, Graciela Torres, de Lengua y Literatura, Mercedes Playán, de Música, María Inés Fanton, de Plástica y Adriana Maggio, de Lengua y Literatura y coordinadora del proyecto. Tres de mis cuentos: “Los hombres no lloran”, “Decía Bulls” y “La pistolera”, fueron desmenuzados y analizados desde el ámbito de las cuatro cátedras: Lengua y Literatura, Historia, Plástica y Música. Agradezco profundamente a este grupo por el trabajo realizado, no porque los elegidos hayan sido mis textos, sino porque concretan, en primer lugar, un gran trabajo de equipo interdisciplinario y porque justamente con este trabajo han estimulado la creatividad y la atención de los chicos. Ayer, jueves 24 de junio, he sido partícipe de este proyecto, como visita y entrevistada, y he podido apreciar de cerca el resultado feliz de esta combinación de trabajo y esfuerzo conjunto entre profesores y alumnos. Luego del diálogo respetuoso y el intensivo intercambio con los chicos de cinco cursos del Comercial N°7 de entre catorce y diecisiete años, al final de la entrevista me entregaron como resultado del proyecto los trabajos de los alumnos en cada una de estas disciplinas con el intertexto de los cuentos y un CD con música y lectura de un fragmento de uno de ellos. Los recibí con gran emoción y alegría. Sin duda, el esfuerzo conjunto da resultados y ¡vale la pena! Desde aquí, mi reconocimiento a todos los promotores y participantes de este valioso proyecto.
Mireya Keller

sábado, 5 de junio de 2010

Chile no es solo una larga franja de tierra sacudida por terremotos




Marzo:
Con recelo, o mejor dicho, con miedo, volví a Chile. Pero esta vez, de manera distinta, como una turista en busca del hilo nerudiano a través de sus casas. Fue una experiencia maravillosa. Además de que la tierra se mostró benevolente y no se produjo ninguna réplica durante nuestra visita, fue un viaje de recuperación, lo más profundo de mis lecturas y sentimientos, esas palabras que se hicieron raíces en el alma y me volvieron a sacudir. Un temblor interno, violento, y al mismo tiempo dulce. Las casas de Neruda son él, son su poesía, son su vida. Y el mar que no tan tranquilo nos baña, es su mar y es mi mar, el del recuerdo y también el de mis narraciones. Imborrable y permanente.
Van algunas fotos de esos días.

miércoles, 2 de junio de 2010

Los premios literarios: ¡Una aguja en un pajar!

Eso son los premios literarios, como encontrar una aguja en un pajar. Pero ¡por dios qué bien vienen! Gran estímulo y reconocimiento para ese laborioso y solitario trabajo de narrar. Un segundo premio, dinero, videoconferencia en directo y libro, ya son más que un estímulo. Además, debo reconocer, qué correción en los españoles, porque de ellos se trata. Impecables, puntuales y considerados, procedieron a la Premiación, en Murcia, España, lejana tierra, de mi cuento La ventana, seleccionado entre 724 trabajos llegados de todas partes del mundo, con un jurado impecable: tres catedráticos de letras de las universidades de Madrid, Murcia y Alhama, una escritora y el Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Alhama de Murcia. ¡Un lujo! Y luego la tecnología, que esta vez se comportó bondadosa y no cometió ningún desacierto, por lo que pudimos comunicarnos en directo, perfectamente, y a pesar de la distancia estar presente, aunque a través de una pantalla, en el acto de premiación. ¡Lindísima experiencia!

Ahí va el cuento:

L A V E N T A N A


Esta calle donde vivimos es como una bendición. Mucho más después de lo que pasamos, todos amontonados en una piecita oscura, húmeda y fría. Aquí en cambio las casas son amplias, de ladrillos rojos, dos pisos, jardines y el sol entra por cualquier lado. Nuestra casa también es así. Y la del vecino, un chico alto y delgado con ojos que cuando miran te atraviesan, es la más grande y bonita de la cuadra. Hay muchos perros. Es lo único malo, les tengo miedo y eso que en mi casa tenemos dos policiales, inmensos, uno de poco pelo y color café oscuro que es de mi hermano menor y todos lo quieren, dicen que es muy tierno. El otro es mucho más lindo, gris y peludo, pero es tonto y celoso, al menos eso cree mamá, que ya no lo soporta. Pobre mamá, que trabaja todo el día y llega siempre cansada con papá y su cara para adentro. Mi papá sí que es tierno, no como ese perrote grande y feo que ladra y mueve la cola cuando llega mi hermano y que a mí no me quiere, se da cuenta que ni él ni el otro perro bonito y celoso entran en mi mundo. Mi papá sí. Lo quiero tanto aunque ahora casi no me mira, anda todo el tiempo con esa cara rara que antes no tenía, como si solo se estuviera viendo para adentro y el resto no existiera. No me importa, yo lo quiero más todavía, quizás para compensarlo. Aunque a veces creo que solo fue un mal sueño. De un a día para el otro perdimos todo lo que teníamos, hasta los juguetes de mis hermanos y mi muñeca que caminaba cuando la tomaba de la mano. Y de la casa blanca y señorial – como dice mi mamá - que tenía rejas negras y altas y un jardín enorme, pasamos a la piecita en la que vivía mi abuela y nos amontonamos en una cama fría con el anafe que estaba siempre prendido y echaba un humo negro con olor feo y en el que la abuela cocinaba para todos como podía. Las conversaciones en voz baja se apagaban de golpe cuando volvíamos del colegio y mi papá estaba siempre pálido y en silencio. Hasta que por fin pudimos cambiarnos a esta casa más chiquita pero linda, con mucho esfuerzo y trabajo, como decía mamá con su voz de trueno, que esa es la voz de mamá siempre. Siento miedo cuando ella habla así porque nunca más quiero irme de acá, a ningún lado. No podría soportar perder más cosas.
Yo tengo doce años y lo quiero a mi papá pero estoy enamorada de mi vecino. No se lo cuento a nadie. La verdad, estoy loca por mi vecino. Al menos eso dice mi hermana. Porque ella sí lo sabe, dormimos en el mismo cuarto y conversamos de todo bien bajito después que papá entra y nos cubre y apaga la luz. En las mañanas nos cuesta despertarnos y mamá nos reta y después nos vamos juntas al colegio. Me puse muy contenta el día que descubrí que el vecino estudiaba en el liceo de hombres muy cercano al nuestro y podíamos encontrarnos en el bus.
Ahora vivimos lejísimo del colegio pero no me importa, me gusta este barrio de ladrillos rojos. Y me gusta mucho más porque por fin salimos de la piecita fría de mi abuela. Y porque mi vecino tiene los ojos más lindos que vi en mi vida. A mi hermana no le interesan para nada, o eso dice, ni el vecino ni el barrio, pero me sigue en todo lo que hago, como el perro de mi hermano, el que no es muy bonito pero es tierno y se llama Tobi y en cuanto lo ve no lo deja ni a sol ni a sombra. Es lo mismo que hace mi hermana. No me deja ni a sol ni a sombra. Solo tiene un año y medio menos que yo, es poco pero a veces parece un siglo. Eso pienso mientras mi hermana me pisa los talones y yo apuro el paso porque quiero estar sola. Alguna vez quiero estar sola. Y dedicarme a mirar a mi vecino aunque el bus esté lleno. Por suerte vivimos lejos y el bus se demora. Sobre todo me gusta mirarlo cuando está con esos ojos, rojos como el fuego más rojo. Son de enamorado, le digo a mi hermana, y ella me dice otra vez que estoy loca, no ve ningún fuego, y yo que sí, míralo, si hasta tiene que entrecerrar los ojos como si un volcán los estuviera quemando. Y mi hermana se burla, entre enojada y aburrida, y dice que soy el colmo de lo dramática, que de dónde saco eso. Y más se enoja cuando la hago bajarse a los apurones del bus que tomamos porque lo busqué y no estaba. Y esperamos en una esquina cualquiera, y nos subimos en el próximo, y nos volvemos a bajar y otra vez, así, hasta que él aparece, y estoy segura que lo hace a propósito, en un juego en el que nunca hablamos pero sabemos, y lo repetimos día a tras día, para desesperación de mi hermana. Después de la hora y media – o más, dependiendo de los sube y baja - que demoramos hasta llegar a nuestra parada, que es la misma parada de él, tenemos exactamente cinco cuadras hasta la casa y él un poco más. Las caminamos muy lento, y yo sujeto a mi hermana y voy despacito para que Adolfo, que así se llama nuestro vecino, pase adelante, y luego él hace lo mismo y tenemos que pasar nosotras y mi hermana muerta de rabia por lo que yo hago y la hago hacer a ella. Claro que todo tiene su precio, dice que le va a contar a mamá, que soy muy chica para andar haciendo estas cosas y que me van a castigar, y yo lo creo, seguro, me van a castigar aunque papá me defienda porque mamá es mucho más estricta. Mamá dirige todo con su voz de trueno. Pero yo me guardo los vueltos y no me compro ni un caramelo ni el chocolate con avellanas que me encanta para darle todo a mi hermana. Hay que pagar el silencio.
Mamá y papá no se dan cuenta de nada porque llegan tarde y cansados, trabajan mucho. A veces escucho que hablan de pagos y cuentas y se pelean y me vuelve el miedo hasta que papá entra despacito a nuestro cuarto y nos tapa. No dice nada. Sólo nos mira. El perro de mi hermano también me mira pero con malos ojos y el celoso cada vez peor, mamá dice que lo va a regalar, ya no lo aguanta. Sólo papá vive en su mundo, queriéndonos, pero aislado. Eso me pone muy triste y espero que algún día vuelva a ser como antes, cuando me sentaba en sus rodillas y yo me peleaba con mi hermana por ese lugar y él nos contaba historias de su pueblo.
Al fin llegó el verano y hace calor y pasan los heladeros y todo está verde, mi casa y el barrio parecen más alegres todavía y me olvido de mis miedos. Por suerte quedaron tan lejos los días fríos en la pieza de la abuela. Sólo a mi papá se le quedó para siempre esa vida como de heladera adentro del alma y no tiene ganas de contarnos sus historias. Creo que no tiene ganas de nada ahora que su cara está cada vez más para adentro. Cuando nos dimos cuenta que con el verano se nos terminaba el colegio y ya no íbamos a poder seguir con el jueguito de cambiarnos de bus y encontrarnos con mi vecino, decidimos otra estrategia. Es decir, la decidió mi hermana, porque dice que yo soy una romanticota sin solución y que estoy loca de remate y que si seguimos así nunca vamos a saber a quién mira el vecino, porque puede ser a ella y no a mí. Si fuera como dice mi hermana, me muero. Lo pienso pero no le digo nada. Así que combinamos las dos, decididas por fin a todo, y nos vinimos directo del colegio, sin esperarlo, y nos instalamos en la ventana de nuestro dormitorio, en el segundo piso. Me gusta que nuestra casa tenga dos pisos y que no estemos todos apiñados en un solo cuarto como con la abuela. Esperamos, y cuando ya parecía que no venía, que ese día estaba perdido, lo vimos. Él tenía que pasar por nuestra casa para ir hasta la suya, pero otras veces, en cuanto lo veíamos aparecer en la esquina nos agachábamos y permanecíamos escondidas. Ahora sería diferente, nos quedaríamos en la ventana y apostamos a que se detendría y nos hablaba. Porque hasta ahí nunca habíamos cruzado palabra. Nuestros juegos eran mudos, solo de miraditas y pasarnos unos a otros mientras caminábamos. Mi hermana dijo que esta vez yo me escondiera. Que teníamos que saber por cuál de las dos se decidía. Mi hermana siempre tan práctica. Que ya no aguantaba más esos jueguitos aburridos. Y así fue, se quedó ella en la ventana porque siempre me gana en todo y dijo, bueno, si me habla, ya está, quiere decir que yo soy la elegida. Si no me habla y pasa de largo, la próxima vez te quedas tú en la ventana.
Alfonso no pasó de largo, al contrario, se detuvo frente a nuestra ventana y por primera vez escuché su voz:
- Hola, ¿está tu hermana? – dijo fuerte y decidido.
Aun escondida, sin poder creerlo, me apoyé en la pared con el corazón golpeándome el pecho y me parecía que no respiraba más, nunca más, y ya nada me importaba.
Como ahora, no me importa lo que dice mi hermana. Que no tengo doce años, dice. Y que no vivimos juntas y hace mucho tiempo que nos fuimos de la casa de ladrillos rojos. Yo no le creo, por eso no me importa. Si esta calle es la más linda del mundo porque cuando miro por la ventana ahí abajo está Alfonso con esos ojos como volcanes en erupción. Siempre lo veo, viene caminando y se para frente a nuestra casa y le pregunta a mi hermana por mí y yo me pongo tan contenta que ni siquiera puedo respirar. Pero ella, que es muy práctica, dice que las cosas se me confunden. Que no son como yo creo. Lo que tengo son algunos recuerdos y las otras cosas que pasaron las olvidé. Que ese mismo día que Alfonso habló con nosotras fue muy triste, papá se fue de la casa y nunca más supimos de él. Que al perro celoso terminaron regalándolo y a Tobi, el perro tierno de mi hermano, a pesar de sus ruegos también lo dieron porque tuvimos que dejar la casa de ladrillos rojos y volvimos a la pieza fría de la abuela con el anafe que dejaba el humo negro en las paredes. Y que a Adolfo nunca más lo vimos porque la abuela vivía en el centro y ya no teníamos que tomar el mismo bus con el que atravesábamos casi todo Santiago. Que pasó mucho tiempo desde entonces. Pero yo no le creo. Dice eso porque Alfonso se decidió por mí y no por ella. Todavía le dura la rabia. Y después me sigue contando cosas feas que no quiero escuchar. Que la abuela murió y que a mamá se le terminó la voz de trueno y se metió en la cama fría de la piecita con el anafe y no se levantó más. Por eso no me gusta cuando viene mi hermana porque siempre repite las mismas cosas y yo me tapo los oídos y le grito que se vaya, que se vaya de una vez por todas porque quiero estar sola y quedarme en la ventana del segundo piso de nuestra casita de ladrillos rojos y mirar desde ahí esta calle que es como una bendición porque ya viene Adolfo. Cuando grito así llega corriendo una enfermera que no conozco y todo se vuelve negro y me quedo dormida. A veces quiero quedarme dormida para siempre y no saber más de nadie. Igual, mi hermano no viene nunca. Mi papá tampoco viene y no me tapa en las noches. Pero odio a mi hermana cuando dice que no lo espere más porque se fue para siempre. Y repite lo mismo y lo mismo. Que no tengo doce años. Ni estoy en la casita de ladrillos. ¡No es cierto! Le grito y de nuevo aparece la enfermera y queda todo negro en mi cabeza. Lo único que hace que me despierte es la luz en la ventana del segundo piso. Entonces me levanto y me quedo ahí, todo el tiempo del mundo, viendo pasar el bus que tomamos para ir al colegio y a Adolfo con sus ojos incendiados y cuando nos bajamos con mi hermana y empezamos los jueguitos de pasarnos unos a otros mientras caminamos y no nos hablamos la veo siempre enojada, en cambio mi papá nunca se enoja pero tiene una cara rara cuando nos tapa de noche, y llega Alfonso y le habla porque ella se quedó en la ventana mientras yo me escondo y escucho, bien fuerte y clarito, ¿está tu hermana?
Entonces el corazón me golpea como loco en el pecho y ya no me importa nada, ni siquiera respirar más, nunca más.

MIREYA KELLER
Segundo Premio
X Concurso Literario Alfonso Martínez MENA
Murcia, España, 2010