Varias
vidas en una sola
Alice Herz-Sommer. La pianista checa
fallecida hace dos semanas a los 110 años fue la sobreviviente más longeva del
Holocausto y además testigo excepcional de su tiempo; entre otros, conoció a
Mahler, Kafka, Schnabel y Golda Meier
Poco menos de diez días
después de que Alice Herz-Sommer muriera en Londres, el 23 de febrero, a los
110 años, The Lady in Number 6,
la película de Malcolm Clarke que cuenta parte de su historia, ganó el Oscar al
mejor corto documental. Es muy probable que, de haber llegado a enterarse,
Alice (así, sin los apellidos paterno y de casada, se la conoce) se hubiera
encogido de hombros con indiferencia y se hubiera reído con esa risa amplia que
conocemos por las filmaciones. Muy poco le importaban las posesiones y esa
variedad torcida de la voluntad de posesión que es la fama. "No
necesitamos cosas", dijo en sus conversaciones con Carolina Stoessinger.
En el caso de Herz-Sommer suele ponerse el acento en el lugar equivocado. Es
cierto que fue la sobreviviente más longeva del Holocausto, pero su
singularidad no reside solamente en esa prueba de resistencia de los años. Fue
antes y después de cualquier otra cosa pianista, pero una pianista a la que la
historia convirtió a la fuerza en testigo excepcional. Es difícil imaginar que
la misma persona pueda haber asistido al último concierto que Gustav Mahler
dirigió en Viena, frecuentado a Franz Kafka, tomado clases con Arthur Schnabel,
sobrevivido a un campo de concentración nazi, visto tocar a Daniel Barenboim a
los diez años en Israel y trabar amistad con Golda Meier. Parecen más bien
varias vidas en una sola. De todas esas vidas estuvo hecha la vida de Alice
Herz-Sommer.
Alice
fue una florescencia ejemplar de la cultura judía centroeuropea. Cuando nació,
Praga formaba parte todavía del Imperio austrohúngaro. Es posible que la
disolución de ese imperio, de su aparente seguridad, haya sido la primera, si
bien la menos dolorosa también, de las muchas pérdidas que acompañaron su vida.
Hasta el ascenso del nazismo, Herz-Sommer venía desplegando una sólida carrera
como pianista. Václav Stepán había sido su maestro, y luego estudió también con
Schnabel y Eduard Steuermann, tan ligado a la nueva música. Max Brod escribió
críticas favorables de sus actuaciones. El piano era para Alice una actividad
de tiempo completo; además de trabajar en una empresa de importaciones, Leopold
Sommer, con quien se había casado en 1931, era violinista aficionado y solían
tocar juntos.
Theresienstadt
fue un campo de concentración particular. El nazismo lo usó como propaganda de
"campo modelo" que les permitía a los judíos vivir al margen de la
guerra, aunque en realidad era una estación intermedia en la deportación hacia
Auschwitz. En la medida en que se alentaban las actividades musicales, Alice
dio innumerable conciertos y trabajó con los compositores Hans Krása y, sobre
todo, Viktor Ullmann, que le pidió que estrenara allí su Sexta sonata. Aunque
Herz-Sommer no lo dice, no es improbable que haya colaborado también con
Ullmann en el estreno, en el campo mismo, de la ópera El emperador de la
Atlántida. Algo parecido sucedió con el Cuarteto
para el fin del Tiempo de
Olivier Messiaen, cuya primera audición se realizó en el campo de prisioneros
Stalag VIII- A. Así como Messiaen decía que nunca como entonces una obra suya
había sido escuchada con tanta atención, Alice aseguraba que las sonatas de
Beethoven y Schubert nunca le habían salido mejor que en el campo de
concentración. Cuando insistía en que la música le había salvado la vida, esa
frase no debía entenderse solamente en un sentido espiritual; es muy probable
que la música le haya salvado literalmente la vida. Una noche, después de uno
de los conciertos, la abordó un soldado alemán, quizá uno de los guardias el
campo. "¿Es usted la señora Sommer?", le preguntó. Y siguió:
"Vengo de una familia de melómanos. Mi madre era una buena pianista y me
llevó a muchos conciertos. Creo que sé bastante de música. Quería agradecerle
su concierto y decirle que significó mucho para mí". Antes de perderse en
la oscuridad, dijo algo más: "Usted y su hijo no estarán en ninguna lista
de deportación. No se preocupe". Alice nunca supo quién era ese soldado.
Ni su madre ni Leopold sobrevivieron a los campos, pero fue tal vez ese
concierto lo que la salvó a ella y a su hijo.
Alice
fue una mujer excepcional que trató con personas excepcionales y logró aprender
de ellas. El primero de todos fue acaso Kafka. Irma, la hermana mayor de Alice,
estaba comprometida con el filósofo Felix Weltsch, que era amigo de Kafka.
Desde entonces, Kafka empezó a frecuentar la casa de los Herz y salir de picnic
con la familia. En esas excursiones, Alice solía nadar con Kafka. Los dos eran
grandes nadadores. Todavía joven, ella corría carreras de orilla a orilla del
Moldava, y de grande, hasta los 108 años, nadaba todas las mañanas. Pero esa
intimidad con Kafka, el hecho de que para ella el escritor fuera simplemente
"el tío Franz", no le anuló a Herz-Sommer la distancia necesaria para
leerlo con admiración. Tenía incluso, a partir de muchas charlas con Brod, una
teoría personal para comprender la literatura kafkiana y la condición
excéntrica de sus personajes. Según Alice, la madre de Kafka era ortodoxa
mientras que su padre era totalmente laico: "Kafka nunca supo a dónde
pertenecía, nunca estuvo seguro de su identidad o de qué camino tomar. Elegir
habría significado decepcionar a uno de sus progenitores. Éste era el núcleo de
su problema".
Sola en el departamentito de Londres en el que pasó sus últimos
años, Alice no tenía más que algunas cajas con fotos y el Steinway vertical que
tocaba tres horas por día. Tenía una rutina inamovible para no perder tiempo
que alcanzaba incluso a las comidas: siempre sopa de pollo, lo que despajaba
toda vacilación sobre el menú y simplificaba las tareas de cocina. Nunca se
enemistó con el mundo: "Quejarse no sirve de nada. Sólo hace que todos se
sientan mal". Educada filosóficamente en la modestia de Spinoza, igual que
su amigo Barenboim, Herz-Sommer creía en Dios, pero en un Dios que se
manifiesta en el orden de lo que existe y no se implica en los actos humanos.
"El mal no es nuevo. Depende de nosotros cómo tratemos con el bien el mal.
Nadie nos puede quitar ese poder"..