domingo, 9 de marzo de 2014

¡Qué ejemplo! Para no olvidarlo

Varias vidas en una sola

Alice Herz-Sommer. La pianista checa fallecida hace dos semanas a los 110 años fue la sobreviviente más longeva del Holocausto y además testigo excepcional de su tiempo; entre otros, conoció a Mahler, Kafka, Schnabel y Golda Meier
Por Pablo Gianera  | LA NACION

Poco menos de diez días después de que Alice Herz-Sommer muriera en Londres, el 23 de febrero, a los 110 años, The Lady in Number 6, la película de Malcolm Clarke que cuenta parte de su historia, ganó el Oscar al mejor corto documental. Es muy probable que, de haber llegado a enterarse, Alice (así, sin los apellidos paterno y de casada, se la conoce) se hubiera encogido de hombros con indiferencia y se hubiera reído con esa risa amplia que conocemos por las filmaciones. Muy poco le importaban las posesiones y esa variedad torcida de la voluntad de posesión que es la fama. "No necesitamos cosas", dijo en sus conversaciones con Carolina Stoessinger. En el caso de Herz-Sommer suele ponerse el acento en el lugar equivocado. Es cierto que fue la sobreviviente más longeva del Holocausto, pero su singularidad no reside solamente en esa prueba de resistencia de los años. Fue antes y después de cualquier otra cosa pianista, pero una pianista a la que la historia convirtió a la fuerza en testigo excepcional. Es difícil imaginar que la misma persona pueda haber asistido al último concierto que Gustav Mahler dirigió en Viena, frecuentado a Franz Kafka, tomado clases con Arthur Schnabel, sobrevivido a un campo de concentración nazi, visto tocar a Daniel Barenboim a los diez años en Israel y trabar amistad con Golda Meier. Parecen más bien varias vidas en una sola. De todas esas vidas estuvo hecha la vida de Alice Herz-Sommer.
Alice fue una florescencia ejemplar de la cultura judía centroeuropea. Cuando nació, Praga formaba parte todavía del Imperio austrohúngaro. Es posible que la disolución de ese imperio, de su aparente seguridad, haya sido la primera, si bien la menos dolorosa también, de las muchas pérdidas que acompañaron su vida. Hasta el ascenso del nazismo, Herz-Sommer venía desplegando una sólida carrera como pianista. Václav Stepán había sido su maestro, y luego estudió también con Schnabel y Eduard Steuermann, tan ligado a la nueva música. Max Brod escribió críticas favorables de sus actuaciones. El piano era para Alice una actividad de tiempo completo; además de trabajar en una empresa de importaciones, Leopold Sommer, con quien se había casado en 1931, era violinista aficionado y solían tocar juntos.
Theresienstadt fue un campo de concentración particular. El nazismo lo usó como propaganda de "campo modelo" que les permitía a los judíos vivir al margen de la guerra, aunque en realidad era una estación intermedia en la deportación hacia Auschwitz. En la medida en que se alentaban las actividades musicales, Alice dio innumerable conciertos y trabajó con los compositores Hans Krása y, sobre todo, Viktor Ullmann, que le pidió que estrenara allí su Sexta sonata. Aunque Herz-Sommer no lo dice, no es improbable que haya colaborado también con Ullmann en el estreno, en el campo mismo, de la ópera El emperador de la Atlántida. Algo parecido sucedió con el Cuarteto para el fin del Tiempo de Olivier Messiaen, cuya primera audición se realizó en el campo de prisioneros Stalag VIII- A. Así como Messiaen decía que nunca como entonces una obra suya había sido escuchada con tanta atención, Alice aseguraba que las sonatas de Beethoven y Schubert nunca le habían salido mejor que en el campo de concentración. Cuando insistía en que la música le había salvado la vida, esa frase no debía entenderse solamente en un sentido espiritual; es muy probable que la música le haya salvado literalmente la vida. Una noche, después de uno de los conciertos, la abordó un soldado alemán, quizá uno de los guardias el campo. "¿Es usted la señora Sommer?", le preguntó. Y siguió: "Vengo de una familia de melómanos. Mi madre era una buena pianista y me llevó a muchos conciertos. Creo que sé bastante de música. Quería agradecerle su concierto y decirle que significó mucho para mí". Antes de perderse en la oscuridad, dijo algo más: "Usted y su hijo no estarán en ninguna lista de deportación. No se preocupe". Alice nunca supo quién era ese soldado. Ni su madre ni Leopold sobrevivieron a los campos, pero fue tal vez ese concierto lo que la salvó a ella y a su hijo.
Alice fue una mujer excepcional que trató con personas excepcionales y logró aprender de ellas. El primero de todos fue acaso Kafka. Irma, la hermana mayor de Alice, estaba comprometida con el filósofo Felix Weltsch, que era amigo de Kafka. Desde entonces, Kafka empezó a frecuentar la casa de los Herz y salir de picnic con la familia. En esas excursiones, Alice solía nadar con Kafka. Los dos eran grandes nadadores. Todavía joven, ella corría carreras de orilla a orilla del Moldava, y de grande, hasta los 108 años, nadaba todas las mañanas. Pero esa intimidad con Kafka, el hecho de que para ella el escritor fuera simplemente "el tío Franz", no le anuló a Herz-Sommer la distancia necesaria para leerlo con admiración. Tenía incluso, a partir de muchas charlas con Brod, una teoría personal para comprender la literatura kafkiana y la condición excéntrica de sus personajes. Según Alice, la madre de Kafka era ortodoxa mientras que su padre era totalmente laico: "Kafka nunca supo a dónde pertenecía, nunca estuvo seguro de su identidad o de qué camino tomar. Elegir habría significado decepcionar a uno de sus progenitores. Éste era el núcleo de su problema".
Sola en el departamentito de Londres en el que pasó sus últimos años, Alice no tenía más que algunas cajas con fotos y el Steinway vertical que tocaba tres horas por día. Tenía una rutina inamovible para no perder tiempo que alcanzaba incluso a las comidas: siempre sopa de pollo, lo que despajaba toda vacilación sobre el menú y simplificaba las tareas de cocina. Nunca se enemistó con el mundo: "Quejarse no sirve de nada. Sólo hace que todos se sientan mal". Educada filosóficamente en la modestia de Spinoza, igual que su amigo Barenboim, Herz-Sommer creía en Dios, pero en un Dios que se manifiesta en el orden de lo que existe y no se implica en los actos humanos. "El mal no es nuevo. Depende de nosotros cómo tratemos con el bien el mal. Nadie nos puede quitar ese poder"..