lunes, 22 de mayo de 2023

Primer Capítulo

 "Al otro lado del mar" 

PRIMER CAPÍTULO

Al otro lado del mar

Mireya Keller

 

1

 

 

El  azúcar es cosa buena para comer, eso me digo con desesperación cuando pienso en dulce y la boca se me hace agua. Entonces me levanto de un salto de la silla de la cocina y para no pensar miro a través de la ventana. Solo veo frío y nieve. Nieve blanca como el azúcar. Que no sirve para comer. Y siento ganas de llorar ante ese paisaje congelado y solitario y no lo hago porque ya no hay lugar ni para las lágrimas. No quiero recordar cómo era nuestra vida cuando transcurría tan apacible, en una tranquilidad sin sospechas. No sé si quiero recordar como éramos antes de que todo se convirtiera en un infierno. Es difícil decir infierno cuando lo único que se extiende más allá de la vista es frío y silencio. Pero también es el infierno cuando las cosas más rutinarias y simples de la vida se vuelven inaccesibles. Como el azúcar. Ya no tenemos ni siquiera para el té que es lo único que tomamos casi todo el día para resguardarnos del frío y del hambre. Hay muchas cosas que ya no tenemos, pero al menos se salvó el samovar. Estamos solas con mamá. Los hombres desaparecieron hace mucho. O tal vez no hace tanto pero a mí me parecen siglos, envejecí de repente aunque tengo doce años. Siento un peso enorme en el cuerpo, como si en mi espalda cargara con el peso del mundo, ese mundo blanco y congelado que paraliza.  Es la guerra. Estamos solas. Vemos y escuchamos cosas que no nos gustaría ver ni escuchar. Un gusto amargo se escurre por la comisura de los labios partidos por el frío sin que nada lo pueda parar.

No era así antes de que papá y mis hermanos se fueran. Sobraba el azúcar y muchas otras cosas y éramos felices. Sueño a menudo. A veces despierta. Solo nos quedan los sueños. Hay uno que se repite una y otra vez: acababa de cumplir  ocho años y papá me había llevado a patinar en el boulevard redondo que estaba al costado del río que miraba al mar. Entonces vivíamos en Bakú. Todo el Mar Caspio se extendía ante nuestra vista. Fue el último año que estuvimos juntos. La última vez que comimos una torta. Mi torta con las velitas encima de la mesa de caoba cubierta con el mantel blanco bordado con florcitas azules y rojas y amarillas porque era el que más le gustaba a mamá. Es como si lo  estuviera viendo. El mantel almidonado, impecable, tras horas de plancha de mamá que no le importaban, porque cada detalle debía estar cuidado y en su lugar. Y papá y mis hermanos riendo y batiendo palmas y cantando. Papá que me toma en brazos y da vueltas alrededor de la mesa y me dice en el oído, mi princesita, porque siempre me lo decía. La  única niña después de dos varones y muchos años. Mis hermanos grandes también me mimaban. Para David, el mayor, yo era como su bebita y me daba todos los gustos. Tiene once años más que yo. A patinar íbamos con Volodia, mi hermano del medio. Tenemos cuatro años de diferencia pero nunca importó. Éramos cómplices en todo, cuando nos reíamos de David que no sabía patinar, cuando bailábamos juntos, a mí me encantaba bailar. Volodia era más que mi hermano, era mi compañero de juegos, de travesuras y un campeón con los patines. Él me enseñó. Era buenísimo. Hacíamos piruetas y figuras increíbles.

Cuando terminábamos de patinar, cansados y hambrientos, papá me abrazaba fuerte y me daba dos sonoros besos en las mejillas rojas por el esfuerzo, y me decía venga mi manzanita, también me decía así, manzanita, por mi cara de luna y las redondelas siempre encendidas. Ahora ya no tengo cara de luna ni mejillas rojas. No quiero  mirarme, mi cara está siempre pálida y con ojeras y el pelo rubio y largo con ondas y rizos parece paja reseca. A papá también le gustaba mi pelo y lo tocaba suavecito mientras me abrazaba y salíamos del boulevard y nos llevaba a tomar el té con strudel en el café de la señora Dora que lo hacía crocante y calentito, con mucha azúcar encima, canela, pasas y nueces. Jamás pensé entonces en el dulce como lo hago ahora, con desesperación. Como si mi vida se hubiera acabado cuando no lo tuvimos. Cuando empezamos a subsistir de cualquier manera.

Me gustan y no me gustan los sueños. Me encanta cuando vivo otra vez esos momentos pero cada vez son más breves, enseguida vuelve el frío y me traspasa y me hace tiritar como una hoja arrasada por el viento. Entonces cierro los ojos, muy apretados, y me digo que nunca fue cierto. Sueños, solo eso. Y un día dejarán de serlo.  La nieve los irá sepultando hasta perderlos.

 

 

 

 

 




 

 En este 2023 apareció una nueva novela de mi autoría. Un libro que es muy preciado para mí ya que lo he querido escribir hace muchos años y muchos libros atrás. Es la historia real de mi abuela devenida novela. He considerado poner nombres y lugares como eran exactamente en esa época, para esto he tenido que enfrentar una trabajosa y larga investigación pero finalmente conseguí poder escribirla como quería. Acá la dejo para lectores que les interese, el nombre, la contratapa y el primer capítulo.