Una
fábula
“… y la tierra
es empinada. Se desgaja por todos
lados en
barrancas húmedas, de un fondo que se pierde
de tan lejano. Dicen los de Luvina que de
aquellas
barrancas suben
los sueños; pero lo único que vi
subir fue el
viento …”
Luvina
Juan Rulfo
Si
las ruinas de la Aldea se ordenaron y a las ratas las exterminaron y no hay más
latas vacías en los techos y con los cartones ya no se come ni se pintan
carteles de mentira y en el fausto de las iglesias duermen los niños de la
calle y en los altoparlantes no se cantan marchas de victoria ni de guerras,
porque el frío se fue, con los campos de exterminio, Bosnia se fue, como se fue
el Golfo, y la tortura, en el cemento frío de Santiago, los degollaron, y en
los cerros de Tucumán, ahí también fue, medio selva, medio calor, miedo, miedo
húmedo, miedo enterrado, fueron enterrados, con las ideas que nunca les
sacaron, con las ideas también el Muro, también Giordano de Italia, y la Juana
de Francia, los quemaron, como se quemó la Alejandra de Martín, como se murió
Carlota, la de Harry, con el Amor a cuestas, sí, por las cuestas, los
persiguieron, con metralletas, sin crucificarlos, las cruces se acabaron, y los
héroes se agotaron, solo están las tumbas, de los viejos jubilados que peleaban
en las plazas, de los jóvenes mutilados, les cercenaron piernas y brazos y
después los mataron, y se rieron de la hazaña como niños mientras crecían los
niños, sin ojos, y en la boca los callaron, y la Ilusión que a veces los
rondaba también la enterraron, y quedaron solo ellos, los pequeños idiotas,
distribuyéndose por rincones, acomodándose multiplicándose, cabalgando, miles
de ellos cabalgando con las ratas por el mundo de cloacas, madrecloaca
padrecloaca por qué los hijos, porque los hijos, la especie, el instinto, aferrándose
como siempre, como puede, dando la vuelta el ciclo huele se pudre y después
renace, como siempre, como puede, en medio del exterminio, y otra vez se
levanta el Amor entres las ruinas de las cloacas, Espartaco y sus huestes de
harapos, y Cristo en harapos, y las Cruzadas, y la Inquisición y su fausto,
otra vez las espadas, otra vez Gandhi y los cañones de los ingleses, otra vez
la sangre en los campos y el hambre y el frío que vuelve, siempre vuelve, en
todas partes, menos en la Aldea, si ahí exterminaron a las ratas y sus festines
y sus convidados es porque la Aldea es una fábula que inventamos.
Mireya Keller
De
su libro de cuentos,
El ojo en la cerradura