Cuando la naturaleza desata sus tentáculos atrapa sin compasión. Es lo que está ocurriendo en ese norte de Chile. No da descanso. No da tregua. Hoy lo vivo con angustia pero en la distancia. Sin embargo, ya lo he vivido, desesperadamente, en directo. Esperemos que ese monstruo aletargado que se esconde bajo el mar y la arena, despierto y activo en estos momentos, sin ningún miramiento, suelto entre la gente aterrorizada, por fin vuelva a su reposo de años.
Coincidió que junto a las noticias alarmantes de Chile, leí un artículo que también vuelve a despertar un monstruo, ese que está escondido en la "naturaleza" de los hombres. Muy lejos, al otro lado del mundo, y no por eso menos terrible, y después de décadas de dudas y frío silencio, escribe desde Jerusalén, Carmen Rengel para el diario El País:
La Historia desentierra Treblinka
Arqueólogos británicos excavan por
vez primera en uno de los campos de exterminio nazis
Hallan importantes restos de la
masacre masiva de judíos
Treblinka era uno de los argumentos preferidos de los negacionistas del
Holocausto. Los testimonios de los supervivientes y los documentos hablaban de
un campo de exterminio a hora y media de Varsovia, pero en el punto indicado
solo había una loma verde, una granja, un bosque. Nada que ver con los barracones
y con las duchas de Auschwitz. Nunca se habían hallado evidencias de la
maquinaria del mal que acabó con entre 700.000 y 900.000 judíos y un número
indeterminado de gitanos. Nunca... hasta ahora. Un equipo de la Universidad de
Staffordshire(Reino Unido), comandado por la arqueóloga forense Caroline Sturdy Colls, ha encontrado la
primera evidencia física de las cámaras de gas, cimientos y losas, además de
varias fosas comunes.
Su investigación no solo es importante porque aporta la única prueba
tangible de que Treblinka no es un mito, sino
por los medios empleados para dar con ella. Durante seis años, explicaba ayer a
EL PAÍS la doctora, se hicieron mapas computarizados y fotografías aéreas, se
usaron sofisticados GPS y georradares, incluso un escaneo láser —denominado
Lidar—, todo para hallar muestras de que había tierra removida y algún indicio
de obra pasada. Es un proceso que, en la base, se asemeja al empleado en España
para buscar algunas fosas de la Guerra Civil, incluyendo la del poeta y dramaturgo
Federico García Lorca en Granada.
Aunque los nazis hicieron un buen trabajo escondiendo el campo,
ocultándolo en una inocente zona de labranza a base de tirar los muros,
rellenar los huecos y nivelar el suelo, los expertos lograron detectar tres
zonas, bastante distantes entre sí, en las que comenzaron a cavar y encontraron
los primeros huesos humanos, muchos en un nivel muy superficial y con extraños
cortes. Aún no está claro el número de cuerpos localizados.
Luego vinieron los cimientos, oquedades tapadas a conciencia con todo
tipo de materiales que fueron la base de las cámaras de gas. Y también el
descubrimiento más macabro: unas losas de cerámica, finas, entre rojizas y
mostaza, con la estrella de David en relieve. Muchos supervivientes habían hablado
ya de esos dibujos, como se ve en sus relatos en el Museo Yad Yashem de
Jerusalén: la cámara de gas, contaban, estaba disfrazada de mikvé,
el baño ritual judío, por lo que los hombres y mujeres que llegaban a Treblinka
pensaban que iban sencillamente a lavarse. El símbolo sagrado del judaísmo en
la fachada de ese edificio al que los arrastraban les hacía sentirse seguros,
confiados... y engañados hasta el último momento. Así durante los 24 meses que
funcionó el campo, entre 1942 y 1943.
Gracias a las excavaciones, se ha podido diseñar además un mapa del
recinto, desde la vía de tren a la que llegaban los judíos y gitanos —a los que
se prometía que Treblinka solo era una zona de paso, antes de ser deportados al
Este, como recuerda el profesor Gideon Greif— hasta las dos cámaras de las que
hay restos, una con capacidad para 600 personas y otra para 5.000, y el pasillo
al aire libre por el que los llevaban. Hay testimonios, no obstante, que
hablaban de hasta una decena de cámaras repartidas por la zona. En 60 minutos,
los vivos pasaban del tren a la desnudez y a la muerte, según indican los
arqueólogos en el documental Treblinka: la máquina de matar de Hitler,
emitido por el Smithsonian Channel, donde se ha dado a conocer este
descubrimiento y que incluye una recreación del espacio.
La profesora Sturdy Colls explica que su mayor afán era el de ser
respetuosa con la zona, convertida en lugar de homenaje a las víctimas tras la
Segunda Guerra Mundial y donde se habían vetado las excavaciones, por respeto.
La
estimación de muertos en el campo de exterminio fluctúa entre 700.000 y 900.000
Vía correo electrónico, Sturdy Colls sostiene que convenció a los
responsables del museo e incluso al Gran Rabinato de Polonia de que su técnica
no invasiva iba a respetar a los muertos y, a la vez, a dar respuestas a los
vivos. “La primera vez que fui allí me quedó claro que había una abundancia de
evidencias que habían sobrevivido en el terreno y probaban que Treblinka fue un
campo de exterminio, no de paso. Ser capaz de confirmarlo ha sido un honor para
mí. Había que hacerlo para que aprendan las generaciones futuras”, indica la
doctora, especializada en usar sus conocimientos forenses con fines históricos,
más allá de sus clases universitarias y de sus colaboraciones con la Policía
británica. La zona, remarca, ha quedado luego tal y como la encontraron, con
los monolitos de piedra que recuerdan a las innumerables víctimas.
Su técnica, abunda,
abre “nuevas posibilidades para el examen del Holocausto o de otros sitios de
conflicto”, por lo que planea continuar indagando en otros escenarios. Ya lo ha
hecho, usando estos mismos medios, en Staro Sajmiste (Belgrado) y en las islas
del Canal del Reino Unido, con resultados positivos. Pero Treblinka es
diferente, “especial”, por lo que supone para las víctimas, que ahora pueden
enseñar al mundo las piedras que vieron y tocaron. Para dar a conocer los
descubrimientos y los métodos empleados, se preparan ya una exposición y un
libro con la tarea del equipo de Staffordshire.
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